martes. 23.04.2024

De “la lengua propia de Cataluña” (I)

La cuestión lingüística es un tema recurrente en la vida política, judicial, educativa y también en los medios de comunicación de Cataluña. Por eso, hoy inicio la publicación de una serie de reflexiones, tituladas genéricamente “mentiras sobre la política lingüística en Cataluña”. En ellas, iré desgranando y analizando, no desde lo políticamente correcto sino desde el punto de vista de la lingüística y de las ciencias de la educación, las mentiras, propaladas —como papagayos, sin ton ni son y sin venir a cuento— por los seguidores de la fe nacionalista, sobre la “política lingüística” y sobre sus efectos salutíferos.

Hoy nos centraremos en una primera mentira, recogida ya en los textos legales de Cataluña. En efecto, desde el Estatuto de Cataluña de 1979 hasta la Ley de Educación de Cataluña (LEC) de 2009 —y pasando por la Ley de Normalización Lingüística (1983), los Decretos de Bilingüismo (1992), la Ley de Política Lingüística (1998) y el nuevo Estatuto de 2006)— se afirma machaconamente que “la lengua propia de Cataluña es el catalán”. Ahora bien, esta aseveración es una afirmación gratuita y carece de toda apoyatura científica, lógica, racional y razonable. Es simplemente una invención interesada y partidista de la casta política catalana, “la mayoría de la cual ha surgido del ‘todo a cien’ de los partidos”, Pilar Rahola dixit. Es, en definitiva, una patraña, la primera y fundamental mentira, que ha servido de piedra angular sobre la que se han construido, como tendremos ocasión de demostrar en otros textos, las otras mentiras sobre la normalización, la inmersión y, en general, la política lingüística en Cataluña.

A pesar de que Rabelais haya escrito que “le rire est le propre de l’homme”, a pesar de que ciertos etólogos hayan afirmado que lo que diferencia al hombre de todos los otros seres vivos es su capacidad de tener comercio carnal “any time, any where”, lo que realmente singulariza al ser humano es el “lenguaje”, es decir su capacidad de comunicar con otros seres humanos por medio de los sistemas de signos llamados “lenguas naturales”.

Se trata de una facultad “innata”. En efecto, según los biólogos, todo recién nacido posee, en su bagaje genético, el o los gen(es) que le va(n) a permitir aprender y utilizar una o varias lengua(s) natural(es). Por otro lado, se trata de una capacidad “en potencia” o “virtual”. Por lo tanto, se debe desarrollar y, para ello, son necesarios dos soportes: un “soporte social” (el recién nacido debe crecer y desarrollarse en el marco de una comunidad humana, en el seno de la cual tendrá los contactos lingüísticos necesarios); y un “soporte fisiológico o somático” sano (el recién nacido no debe padecer ninguna malformación o enfermedad en los llamados “órganos de la palabra”). Finalmente, el “lenguaje”, como los yogures, es una facultad con fecha de caducidad. Por lo tanto, debe desarrollarse en los primeros años de vida del recién nacido.

Sin estos dos soportes y sin este imperativo temporal, la facultad del lenguaje no llegará a desarrollarse o se desarrollará mal. Pensemos en el niño sordo, que será mudo; pensemos también en el héroe de la película de F. Truffaut, “L’enfant sauvage”(1970), que no aprenderá tampoco a hablar. Estos niños no pueden desarrollar la facultad del lenguaje (es decir no pueden aprender a hablar las lenguas naturales), ya que han sido privados, en los primeros años de vida, de los contactos-soportes necesarios, ya sea por el silencio (cf. niño sordo, que será un niño sordo-mudo), ya sea por la soledad (cf. el “niño salvaje” de F. Truffaut).

Es una verdad de Pero Grullo que, a pesar de que todos los seres humanos nazcan con la “facultad del lenguaje”, no todos los hombres hablan la misma lengua. En efecto, la “facultad del lenguaje” no se manifiesta de la misma forma en todos los seres humanos, sino que se cosifica en una gran diversidad de lenguas. A pesar de estar ya en el siglo XXI, no se conoce con exactitud el número de lenguas habladas en el mundo. Se suele avanzar la cifra estimativa de unas 6.000 lenguas.

A partir de esta contribución de las ciencias del lenguaje, podemos afirmar que los únicos que tenemos la facultad del lenguaje y, por lo tanto, una “lengua propia” somos los seres humanos que vivimos y trabajamos en Cataluña, pero nunca el territorio de Cataluña. Precisado esto, debemos constatar que, en las tierras de Cataluña, conviven seres humanos, venidos de todos los horizontes peninsulares y del mundo que, impelidos por la facultad del lenguaje, han aprendido y utilizan una serie de lenguas para relacionarse y comunicarse con los demás. Por lo tanto, si los ciudadanos de Cataluña somos los únicos que poseemos la facultad del lenguaje, somos también los únicos que tenemos una lengua propia.

Ahora bien, los ciudadanos catalanes no tenemos una lengua propia única, sino una “gran diversidad de lenguas propias”. En efecto, a las dos lenguas propias (español y catalán) de las dos partes más numerosas de la comunidad lingüística catalana, hay que añadir las lenguas propias de esos otros catalanes, llegados de otros puntos del planeta. Por lo tanto, afirmar que “la lengua propia de Cataluña es el catalán” es hacer un uso inapropiado, interesado, manipulador, torticero y engañoso de la palabra (del “verbo”) por parte de los guardianes de las esencias nacionalistas.

Desde el campo de la filosofía se llega también a la misma conclusión. Jesús Mosterín habla de “error categorial” cuando se confunden las categorías y se usa un concepto fuera de su campo de aplicación y se traspasan las fronteras del sentido y se cae en el sinsentido. Esto sucede cuando se predica una cualidad de algo que no la tiene (por ejemplo, se puede decir del número 6 que es divisible por 3, pero no del color amarillo) o cuando se atribuyen a un sistema entero propiedades de uno de sus elementos o la inversa (por ejemplo, un país tiene propiedades —población, renta per cápita o…— que no tienen sus habitantes; y los habitantes de ese país tienen también propiedades —sexo, peso, lengua o …— que no posee el país). Así, desde el punto de vista filosófico, podemos afirmar, con J. Mosterín, que “la lengua es un atributo de la persona, no del territorio”. Y cuando la persona (portadora de la facultad del lenguaje) se mueve, lleva consigo su lengua o sus lenguas propia(s). De ahí que sea falso, por error categorial también, que “la lengua propia de Cataluña es el catalán”. Esto sólo se puede decir o predicar de los ciudadanos de Cataluña.

Al introducir, en los textos legales de más alto rango, el error categorial y la mentira de que “la lengua propia de Cataluña es el catalán”, los seguidores de la fe nacionalista han seguido, a pies juntillas, las palabras que Jesús de Nazaret dedicó a Simón, hijo de Jonás, “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mateo 16:18). Y todos sabemos dónde ha llegado la Iglesia Católica. La piedra-mentira, que acabamos de desvelar y sobre la que los nacionalistas están construyendo su Arcadia feliz, está incrustada en la legalidad vigente (no confundir con la legitimidad) y ahora todo será posible, aunque todo sea un sinsentido. Aquellos que tienen unos valores y una ética, como diría Pasqual Maragall, de geometría variable, deberían reflexionar y actuar en consecuencia. Como tendremos ocasión de demostrar en otras entregas, en Cataluña, la lengua catalana es, cada vez más, un símbolo; y, cada vez menos, un instrumento de comunicación, porque la lengua ya no funciona como lenguaje, sino como bandera y como arma en la litis política.

Coda: « Je ne demande pas à être approuvé, mais à être examiné et, si l’on me condamne, qu’on m’éclaire » (Ch. Nodier).

| Manuel I. Cabezas González ©

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