martes. 16.04.2024

De la “normalización lingüística” (II)

Una vez empotrada, en el primer Estatuto de Cataluña (1979) y en toda la legislación lingüística posterior, la mentira de que “la lengua propia de Cataluña es el catalán” (cf. El Buscador, nº 58, enero de 2016), el Gobierno de la Generalitat, apoyado por todos los partidos del arco parlamentario catalán, sacó la conclusión, lógica desde la óptica de la casta política nacionalista, de que había que proceder a la “normalización del uso del catalán” en todos los ámbitos de la sociedad catalana.

De aquellos polvos, “la lengua propia de Cataluña es el catalán”, los lodos de la también mal llamada “normalización lingüística” y de sus efectos colaterales negativos, de los que nos ocuparemos al destripar otras mentiras. Ahora bien, ¿qué se entiende o se debe entender por “normalización” y por “normalización lingüística” del uso del catalán? ¿Qué han entendido los sucesivos Gobiernos de la Generalitat y la clase política catalana? Al responder a estas preguntas, destriparemos la segunda gran mentira, según la cual hay que normalizar el uso del catalán en Cataluña.

El término “normalización” y la expresión “normalización lingüística” son ambiguos y polisémicos. Por otro lado, ¿qué es “normal” o “anormal”? Los vocablos “normalización” y “normalizar” significan regularizar o poner en orden lo que no está, hacer que algo se estabilice en la normalidad, ajustar a un tipo o norma, i.e. acabar con lo anormal (RAE). Denotan que una situación o que algo es considerado anormal (raro, extraño, ilógico, irregular) y que hay que hacer lo necesario para convertirlo en normal (corriente, usual, lógico, regular).

Ahora bien, calificar un comportamiento o una realidad de “normal” o de “anormal”, implican siempre una cierta dosis de subjetivismo, de arbitrariedad o de discrecionalidad. En efecto, lo que para unos es normal (disponer de su cuerpo y tener derecho a abortar) puede ser anormal para otros (la vida, desde la concepción, es sagrada y debe ser protegida). Lo mismo se podría decir del tráfico de esclavos o de la segregación racial, considerados normales en el pasado e inaceptables hoy; o de las parejas de hecho, algo muy normal y aceptado en la actualidad, pero que fue considerado anormal y tildado de “vivir en pecado”, hace tan sólo unos cuantos años, en la sociedad española.

La expresión “normalización lingüística”, aplicada a la lengua catalana, denota que el uso del catalán es considerado anormal, antinatural, raro, extraño e ilógico; y por lo tanto, se debe hacer lo necesario para que se transforme en normal, natural, corriente y lógico. Sin embargo, como en el caso del término “normalización” a secas, la expresión “normalización lingüística” es también un concepto relativo, ambiguo y polisémico. Como en el caso de los colores, hay opiniones e interpretaciones, interesadas, para todos los gustos.

Para M. Siguan, la normalización se alcanzará cuando se llegue “a una situación lingüística deseable”. Ahora bien, “lo deseable” es también relativo y variable. Si lo deseable es determinado por los nacionalistas fundamentalistas, la normalización lingüística será siempre un proceso abierto y, por lo tanto, inconcluso. En efecto, mientras el uso del catalán no ocupe todos los ámbitos de la sociedad catalana —tanto públicos como privados, tanto formales como informales— y reemplace al español, algo que no parece factible, porque los propios catalohablantes nunca estarían dispuestos a desprenderse de una lengua que les permite el comercio lingüístico con más de 400 millones de hispanohablantes, la clase política nacionalista no se dará por satisfecha y no cejará en su intento.

Este punto de vista, que coincide con la política en vigor, no deja ver el bosque de la realidad lingüística de Cataluña. Para determinar lo que es normal o anormal en relación con el uso del catalán, no se puede echar el ancla en el pasado próximo o remoto e intentar mirar hacia el futuro en un retrovisor, como hace la clase política nacionalista y los yihadistas de la normalización del uso del catalán. En efecto, lo que fue normal y usual en el pasado (el catalán era la lengua propia, no de Cataluña, sino de la mayoría de los habitantes de Cataluña) ya no lo es hoy y no lo será, lamentablemente para ellos, en el futuro, ya que más de la mitad de la población de Cataluña son inmigrantes o hijos de inmigrantes que tienen como lengua propia el español y tanto éstos como los catalanohablantes no estarían dispuestos a abandonar el español, lengua de difusión internacional, por una lengua local (el catalán). No se pueden poner puertas al campo. Sólo los hablantes, con sus comportamientos lingüísticos, dan y quitan galones a las lenguas.

En el aquí y el ahora de Cataluña, lo normal, lo habitual y lo corriente es la cohabitación o convivencia de dos lenguas mayoritarias (el español y el catalán) con muchas otras lenguas aportadas por la reciente inmigración exterior. Por lo tanto, en el hic et nunc de Cataluña, lo normal, lo que existe y funciona perfectamente es un “bilingüismo social”: en la vida social, cada ciudadano de Cataluña utiliza libremente la lengua que desea y el ejercicio de esta libertad no es motivo ni causa de conflictos o de enfrentamientos.

Para los ciudadanos de Cataluña, lo importante es entenderse, comunicarse y no tener que dar pruebas de “fidelidad o lealtad lingüística” al español o al catalán, tanto monta, monta tanto.

Por eso, si tenemos en cuenta la realidad lingüística de la sociedad catalana de hoy, normalizar el uso del catalán, como han pretendido y pretenden los Gobiernos de la Generalidad, implicaría cambiar “lo normal de hoy” (el bilingüismo social real) por “lo normal del pasado” (el monolingüismo en catalán), transformando, de esta forma, “lo normal” en “anormal”. Conseguir este objetivo constituiría una regresión y una vuelta al pasado, que nos llevaría directamente al feudalismo medieval, donde los seres humanos carecían de cualquier derecho individual y eran considerados “siervos de la gleba”, es decir esclavos o parte de las tierras del señor feudal.

Desde la Revolución francesa (1789), se ha impuesto, y por este orden, la trilogía “liberté, égalité, fraternité”. En un país libre y sin fronteras, como España, los ciudadanos son libres de instalarse donde les apetezca y deberían poder hacerlo; y son también libres para aprender y utilizar la o las lengua(s) que prefieran y deberían poder ejercer este derecho. Cuando esto sucede, las lenguas que ofrecen mayores ventajas y perspectivas a los ciudadanos logran mayor difusión y se imponen por sí solas, como corrobora la historia. Así, “la evolución lingüística y la frecuencia de uso será la resultante de muchas decisiones individuales libres y no de una imposición política. Sólo cuando esto se haya conseguido, podremos hablar de normalización lingüística ” (Mosterín).

Coda: « Je ne demande pas à être approuvé, mais à être examiné et, si l’on me condamne, qu’on m’éclaire »

(Ch. Nodier).

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