jueves. 18.04.2024

Cada vez que vuelvo a ver escenas de las películas El resplandor o La naranja mecánica me doy cuenta de lo hipnótico que es el cine de Stanley Kubrick. Lo mismo me sucede con Terciopelo azul o El hombre elefante de David Lynch. Ambos directores tienen la habilidad de crear una atmósfera sonora que realza la historia.

En estos tiempos que cuesta tanto concentrarse en una sola tarea, que tenemos el móvil pegado a la mano continuamente, que estamos cocinando, whatsappeando y al mismo tiempo viendo la tele… o haciendo ejercicio y escuchando música… lo que consiguen Lynch y Kubrick tiene, aún, más mérito: sustraernos completamente de nuestra “agitada” vida social.

No se hace ahora un cine que tenga la misma fuerza. A pesar de que los medios tecnológicos son cada vez mejores, las historias cojean por su superficialidad. La imagen es llamativa pero la historia es pobre. La mayoría de las veces el sonido y la música no son más que relleno. Diría, incluso, que dentro de algunas películas para adolescentes la propia narrativa del film te invita a salir de lo que estás viendo. A hacer un chascarrillo fácil con tu amigo o a mandar un mensajito para comentar la jugada. Puede ser divertido, no digo que no, pero es una experiencia más bien pobre.

El cine que firmaban estos dos monstruos en las décadas de los 70,80 y 90 es una cosa totalmente diferente. Es diversión, es hipnotismo y arte en el más alto de los sentidos.

Voy a centrarme en dos de mis películas preferidas. La primera, de Stanley Kubrick, es El Resplandor.

Para mí se trata de la mejor película de terror nunca hecha. En ella Stanley Kubrick crea una atmósfera en base a tres elementos: Un hotel, unos personajes y la música (y los sonidos) que los acompaña.

He de hablaros algo de la banda sonora de El resplandor: Berlioz y su marcha fúnebre, obra del siglo XIX inspirada en un viaje fatídico con opio del propio compositor, abren la película. La familia Torrance atraviesa las montañas rocosas, inmensas, grandiosas, en su pequeño utilitario. Desde un plano panorámico la cámara se va acercando al coche de los Torrance hasta estar respirando con la, aparentemente, modélica familia. Es un inicio perfecto. A continuación, los sonidos, la música (Compuesta principalmente de temas de la música clásica del siglo XX y multitud de arreglos sobre los mismos) y el silencio se intercalan con las imágenes. Discurriendo paralelamente a ellas y al guión pero sin perder nunca su independencia. Son más que míticos los audios (y las imágenes) del niño corriendo por los pasillos o el beso de Jack Nicholson en el baño de la habitación 314. ¿De verdad que esta película está hecha hace más de 30 años?

De David Lynch me quedo con Terciopelo azul. Otra vez los sonidos, la música y los silencios forman un conjunto indivisible con las imágenes y la historia. Esta película aún va más lejos que la anterior, artísticamente hablando, en muchos sentidos. En ella se cuestiona la imagen de la realidad. Las apariencias.

Un pueblo idílico del medio oeste americano con sus chalets unifamiliares, su orgullosa prosperidad económica o sus adolescentes guapos y padres modélicos…. esconde depravación, maldad y fealdad en el significado más amplio que la especie humana pueda conceder a este atributo. La música y los sonidos juegan con ese ir y venir al interior y al exterior de las cosas de manera magistral. De nuevo un inicio sublime, la oreja que se encuentra el chico protagonista en el jardín de su casa. En un sitio tan arreglado una oreja putrefacta que obviamente significa tortura. Lynch nos acerca a esa oreja con un sonido envolvente, nos adentra en ella lentamente a través de su tímpano…ya nos tiene “cogidos” por casi dos horas. El tema genial que se utiliza como leitmotiv es el clásico americano de la música ligera Blue velvet (obviamente significa Terciopelo azul).

Nada sobra ni nada falta en estas sesiones de puro hipnotismo.

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El Hipnótico cine de David Lynch y Stanley Kubrick