jueves. 28.03.2024

La capacidad de convertir algo feo o corriente en una cosa bonita es magia.

Los Ángeles, Hollywood, la meca del cine es una ciudad totalmente anodina. Enorme, bestial en tamaño y población. El gris del cemento que cubre cada metro de su enorme extensión solo se anima un poquito gracias a las palmeras que adornan muchas de sus calles. Y lo cierto es que desde aquí, desde L.A como la llaman los propios angelinos, se ha creado más ilusión, belleza y vitalidad que desde ninguna otra parte del mundo. Me refiero al siglo XX, claro.

La película de “La La Land” tiene mucho de esa ilusión y de esa belleza que solo consigue trasmitir el cine. Sus personajes viven atrapados en medio de la inevitable y muy poco motivadora realidad: los atascos kilométricos, los trabajos que no gustan y las relaciones que se rompen.

Pero la magia convierte todo lo oscuro en luz. Y en ningún lugar del mundo hay tanta magia como aquí.

En “La La Land” el cóctel o poción que logra convertir lo mediocre en excepcional, lo masivo en personal o lo corriente en único, se compone de vestidos de colores, gestos amables, música jazz y sueños. Muchos sueños. El querer es poder se podría substituir en estas dos horas que dura la mejor película del año pasado por el creer es poder.

Las ganas que los dos jóvenes tienen por cambiar sus vidas, por hacer realidad sus sueños, es tan fuerte que se lleva toda la monstruosidad de la megalópolis por delante: en los atascos la gente se lo pasa bomba, en los trabajos corrientes pasan cosas interesantes…así las estrellas están aquí más cerca que en ninguno otro lugar del planeta.

Lo peor es que para realizar unos sueños tienes que abandonar otros. Y nuestra pareja, aunque logra hacer realidad sus metas profesionales (él consigue ser propietario de un club de jazz y ella se convierte en actriz) tiene que acabar su relación.

Mi escena preferida de la película es cuando ambos se vuelven a encontrar años después en el club de jazz del chico. Al ritmo de uno de los temas tan pegadizos de esta gran banda sonora, él o ella, no recuerdo muy bien cuál de los dos, imagina la vida que podían haber pasado juntos si en vez de priorizar sus sueños profesionales se hubieran aferrado a su relación: son tan felices o más que en su vida soñada y llena de triunfos.

¿Cuántos fracasos se necesitan para triunfar? La magia del cine permite que ambas cosas, éxitos y fracasos, brillen resplandecientes y con gran intensidad.

Al final todos los sueños y todas las películas terminan. ¡Ojalá, mientras duren, no dejemos nunca de soñar!

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“LA LA LAND”: LA FÁBRICA DE LOS SUEÑOS