viernes. 29.03.2024

La verdadera historia de Juan José Domínguez- Capitulo I

El falangista al que Franco mandó fusilar

antonio esteban cap 1Vaya por delante que, esta, es una historia verdadera de la que es protagonista un joven sevillano, -falangista- casado con una cacabelense, que por una serie de extrañas circunstancias, terminó su vida ante de un pelotón de fusilamiento, una mañana triste de septiembre, ante los muros de la prisión de Larrinaga en Bilbao.

Y podemos hablar de una serie de extrañas circunstancias porque aún no han sido aclarados los hechos -hay muchas versiones de los sucesos - de la culpabilidad de Juan José Domínguez a quien José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, llamaba Ricitos. La actuación de Domínguez en Begoña, setenta y dos años después, aún es una incógnita porque, por motivos que trataremos de explicar, los hechos han sido manipulados y las versiones son contradictorias.

Muchos autores se han interesado por los incidentes, después de haber investigado los sucesos, pero, pocos -o tal vez ninguno- se han acercado a las fuentes que, en este caso, son los familiares vivos de Juan José Domínguez, sobre todo, su hija Mary Celi, que aunque no llegó a conocer a su padre, sabe, por boca de su madre, ya fallecida, lo ocurrido. Y es su verdad.

La historia podría iniciarse con los versos de Rubén Darío el poeta modernista que escribiera: "Ya viene el cortejo. Ya viene el cortejo. Ya se oyen los claros clarines. Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines". Y era cierto, porque, aquel día, -uno de abril de mil novecientos cuarenta- se celebraba el primer Desfile de la Victoria, en el paseo de La Castellana y en una de las aceras que rodean la plaza de Cibeles -esbelta, rubia como los trigos en sazón y elegante en su sencillez- estaba Celia Martínez, hija de Víctor y de Joaquina y, en otra acera, con la estrella de alférez en el pecho, él, Juan José Domínguez, -moreno de verde luna que diría el poeta- sevillano, nacido a orillas del Guadalquivir. Y los áureos sonidos de las trompetas -como había dicho el poeta- anunciaban el advenimiento triunfal de la gloria que, en este caso, sería el nacimiento de una pasión que inflamó de amor, el corazón de un andaluz por una guapa berciana.

El alférez observa a Celia quien, por su parte, contempla, embebida el desfile: los moros envueltos en sus airosas capas blancas; las banderas flameando al viento y el paso recio, marcial y acompasado de los soldados con el fusil al hombro y la bayoneta calada, brillando al sol.

Cuando ya no se escuchaban, en el aire florido de la primavera, los últimos redobles del tambor, Celia se va y Juan José, que no la había perdido de vista, la sigue hasta Sagasta 19. Ya sabe donde vive y pocos días después, haciendo gala del valor que tenía, muestra su carácter y habla con Joaquina -Xoca, como le dicen en Cacabelos- y le pide la mano de su hija. Siete meses más tarde, en la parroquia de Santa Teresa y Santa Isabel, ante el coadjutor don Luis Soria y Soria, siendo testigos Miguel Díaz Tendero, Corina Martínez Pintor -hermana de Joaquina- Francisco Soriano Prado y José Vázquez Rodríguez, Celia de diecinueve años y Juan José de veinticuatro, unen sus vidas.

Visitarán, en su luna de miel, Málaga, Sevilla y, naturalmente Cacabelos, antes de incorporarse él a una de las academias militares para obtener el grado de teniente.

El mes de agosto de mil novecientos cuarenta y dos, el matrimonio se encontraba en Cacabelos y, con ellos, naturalmente, María Celia, la niña que había nacido en abril. Eran felices y ningún nubarrón se cernía sobre ellos, ni siquiera las esporádicas discusiones que, de cuando en vez, sostenía Amanda, cuñada de Domínguez, con el alférez, más que nada porque el pensamiento político de la mujer no era el pensamiento político de Juan José, pero eran discusiones de sobremesa, sin trascendencia ya que el sevillano soportaba con resignación las pullas de su cuñada sobre la Falange, que él aceptaba de buen grado y de las que hacía caso omiso.

En una de aquellas noches caniculares y agosteñas de El Bierzo, la Guardia Civil a requerimiento del grupo falangista de Cacabelos había tenido que intervenir para detener a un vecino de la villa acusado de no simpatizar, abiertamente, con el Régimen, pero allí estaba -era en un bar- Juan José Domínguez que se opuso . Exhibió su carné y la pareja de la Benemérita, cuadrándose ante el alférez que vestía de paisano, tiene que dejar en libertad al detenido. No hicieron falta más argumentos. Posteriormente, el comandante del puesto comentó que Juan José Domínguez tenía mucho poderío en León y no podían hacer nada.

Días más tarde, Domínguez recibe una llamada de Jorge Hernández Bravo. (Jorge, natural de Bilbao y con domicilio en Madrid, estudiante, Jefe Nacional de Deportes del S.E.U en la Facultad de Ciencias de Madrid y voluntario en la División Azul, pide a su amigo Juan José que se desplace a Madrid para ir a Irún y recibir a varios compañeros que regresaban de Rusia).

Ningúno de los dos -ni Celia- sabían que aquel viaje sería el último que haría Juan José Domínguez en libertad. Días después sería fusilado. (CONTINUARÁ)

Antonio Esteban

La verdadera historia de Juan José Domínguez- Capitulo I