viernes. 29.03.2024

Matavenero, cruce de culturas y contraculturas

Matavenero: pueblo del Alto Bierzo, en tiempos abandonado, y desde hace algo más de dos décadas resucitado por quienes decidieron, en su día, asentarse como eremitas de la posmodernidad en este lugar, construido en lo alto de la montaña, a más de mil metros de altitud. Mirador estupendo, desde el cual se tienen vistas muy bellas, algo que me hace recordar A Fonsagrada, en Lugo, donde también existe una ecoaldea de características similares (véase el magnífico documental Elogio de la distancia, “los del otro lado”). Es probable que Matavenero o Mataveneiro (curioso nombre) sea más conocido fuera que dentro de la provincia leonesa, tal vez porque a la mayoría no les interesa en absoluto lo que se guisa en un poblado en el que viven unos seres, en su mayoría extranjeros que, aun resultando exóticos y hasta extravagantes, viven en su universo de fantasía, alejados del sistema castrador y del aparato burocrático de hipotecas y puterías miles en las que nos encontramos la mayoría de los mortales de la aldea o colmena globalizada.

Una vez más, no interesa tener al personal descarriado, a su libre albedrío, sino bien atado, bajo control. Por eso, el tan cantado turismo rural y el desarrollo y potenciación de la ruralidad resulta un engañatolos, porque lo mejor, siempre de cara al sistema caníbal que nos asfixia, es tener adormecida a la población en el zoo urbano-animal. Todos hacinados en la posmaterialista abejera de los rascacielos expuestos al vaivén de las marejadas.

¿A quién le interesan unos tipos/as que van a su aire, que se dedican a cosas tan así como la música, las artesanías, a cuidar de sus animalitos, a los mercadillos, a vivir de un modo digamos contracultural? Por otro lado, quienes viven en esta ecoaldea prefieren pasar desapercibidos, que nadie los moleste ni los joda (fotos no, please), que no son monos de feria ni frikis sobre el trampolín de algún circo ambulante.

San Facundo, punto de partida de la ruta

La ruta hasta Matavenero -tomando como punto de partida la localidad de San Facundo, perteneciente al ayuntamiento de Torre del Bierzo- se me antoja realmente de una gran belleza. Por un sendero zigzagueante, siguiendo la vereda del río y en medio de una naturaleza espléndida, se llega a este poblado "hippie" donde se respira un ambiente tranquilo. Cabe la posibilidad, siempre atravesando algún pintoresco puente de madera, de alcanzar Matavenero directamente por la ladera derecha, o bien desviarse, hacia la izquierda, para llegar a Poibueno (algo ruinoso, aunque con alguna casa restaurada y una parte de su iglesia aparentemente en pie), y desde ahí trepar hasta la comuna de Matavenero.

Próximo a San Facundo, en la ruta hacia Poibueno, se halla el Pozo de Las Hoyas, donde merece la pena darse un chapuzón, al menos visual. En unas dos horas, sin prisa y recreándose en el paisaje, se llega a Matavenero. La vuelta, ya en descenso por la margen izquierda del río, se puede hacer en poco más de una hora.

Comunidad internacional

En la actualidad, cuenta con un total de setenta personas, casi todos y todas provenientes de diferentes países de Europa, entre ellos, Alemania, Suiza, Italia, Francia o Escandinavia, aunque también hay algunos españoles, incluso alguna chica ponferradina.

En un principio, año de 1989, sus nuevos pobladores se instalaron en tiendas indias, poro poco a poco han ido construyendo y reconstruyendo sus propias casitas, algunas de cuento, con sus placas solares y todo lo necesario para sobrevivir a las duras condiciones climáticas del invierno, que de seguro lo son. Puro bucolismo rayado por las heladas y las nieves invernales. Pues no todo es orgasmo en el monte de los oréganos. Alejados, pues, de aquello que huele a urbanidad y artificio, en medio del corazón sagrado de la montaña, los "matavenerinos", ecologistas y naturistas, están en la vena contracultural, en contacto directo con la naturaleza y lo natural, aunque de vez en cuando se rocen -es inevitable- con el malestar de la cultura (por decirlo al más puro estilo freudiano). Pues los niñitos también van a la escuela, y cuentan con una biblioteca. Sin embargo, y en la actualidad, no tienen ningún profesional de la medicina, lo que les vendría muy bien de cara a alguna urgencia sanitaria. La comunidad, en cambio, dispone de un Chiringuito, un bar que regenta Karl, y en el que se pueden degustar unas suculentas Okara-burguer, hechas con soja y revestidas con queso fundido.

Confieso mi admiración y simpatía por esta gente y su capacidad para vivir así, en estas condiciones, que no deben ser del color rosa de las pijerías andantes y fresita. "Jo, tía, qué fuerte, no". Capaces como han sido de romper con su anterior vida, quizá más reglada y mil veces más consumista.

El alemán Karl, uno de los primeros en llegar a Matavenero, cuenta que tienen contacto con varios países, entre otros con Méjico, donde se están creando iniciativas similares. Los primeros "repobladores" de esta aldea ecológica del Alto Bierzo, influidos por el Movimiento Arco Iris de Europa, llegaron, aparte de Alemania como Karl, del interesante barrio de Christianía en Copenhague, cuya visita me late casi imprescindible para quien se dé un voltio por esta bella ciudad danesa.

Manuel Cuenya

Matavenero, cruce de culturas y contraculturas