sábado. 20.04.2024

Desde el mismo momento en que mi madre se puso de parto y vi por primera vez la luz, quién me iba a decir a mí que las cosas no iban a ser del todo sencillas, cuando lo único a lo que recurría, de forma un tanto inconsciente, era a llorar para que se cumpliesen mis caprichos.

Desde luego que, por lo menos a mi madre, y menos en aquel entonces, nadie le regaló un manual de instrucciones para todo lo que se le venía encima, pero con los años yo también me di cuenta que carecía de ese mismo manual para afrontar las diversas adversidades que la vida me iba a presentar por el hecho de ser mujer, ¡y además ser trabajadora!

No voy a entrar en si hay desigualdades salariales entre hombres y mujeres, ¡que las hay!

Tampoco en la discriminación laboral por el hecho de ser madre o plantearse serlo.

Una mujer apta para desempeñar un trabajo determinado no siempre recibe el mismo trato que se le da a un hombre. En muchos casos somos sometidas a entrevistas de trabajo en las que se hacen preguntas de índole personal que es extraño hacer a los hombres: si tienen novio, si piensan casarse y quedarse embarazadas, qué método anticonceptivo utilizas…, o directamente no nos contratan si confesamos que estamos embarazadas.

Claro, ¿y qué me decís de que las mujeres tengan doble jornada laboral? Hacen sus horas pertinentes en su trabajo, y teniendo en cuenta la poco equitativa repartición de las tareas del hogar… ¿Quién se lleva la mayor parte? ¡Pues sí, la misma!

Como comenté anteriormente, no quiero tocar en profundidad el tema de la desigualdad salarial entre el hombre y la mujer, ya que es algo que últimamente me está agotando.

Lo que sí he de decir es que todos estos enfrentamientos en los que en muchos casos rema cada uno en sentido contrario, provocan violencia. Una violencia que en la mayoría de los casos es sufrida por las mujeres, aunque tampoco me quiero olvidar de los hombres que la sufren, pues también son víctimas, habitualmente ocultas y ocultadas.

Pero no nos desviemos, en la vida es conveniente acordarnos a menudo de algo muy importante, y es que en muchas ocasiones nos olvidamos de nosotras mismas.

La sociedad tiende a ser muy exigente con la mujer, hasta tal punto que llegamos a pensar que no podemos fallar en nada, que debemos dar todo lo que esperan de nosotras y más. Los hijos adquieren un lugar prioritario cuando los tenemos, como es lógico, absorbiendo uno los mayores tesoros que tenemos, que es el tiempo, que no regresa.

Pero, ¿tenemos tiempo para querernos? ¿Reservamos tiempo para cuidar nuestra vida interior? ¿Nos dedicamos tiempo a nosotras mismas? ¿En cuántas ocasiones dejamos de pronunciar un NO rotundo por miedo?

Y respecto a las emociones más íntimas, ¿nos permitimos llorar sin que nos digan “pero por qué lloras si no tienes motivos”? No, y no lo hacemos porque tememos mostrarnos frágiles y eso tampoco está bien visto.

¿Y por qué no disfrutamos más de la vida y nos dedicamos más a intentar ser felices y no perfectas?

La mujer es bella por su interior, algo que se refleja en su día a día. Hay una búsqueda continua de una hermosura efímera, esa que se nos escapa entre los dedos de las manos con el paso de los años, y al final nos damos cuenta que lo que realmente mantenemos son nuestras propias convicciones, nuestra personalidad, y por qué no, nuestra elegancia femenina.

Si deseas luchar contra la corriente, hazlo con valor.

Si culpabilizar a los demás de los obstáculos que te encuentras en la vida te hace sentir mejor, estás perdiendo el tiempo. ¡Con hechos se tumban muros!

Si no entiendes otro modo de vida que buscar la perfección, ¡te pasarás el resto de tus días frustrada!

Si crees que tu mayor enemigo son los hombres, ¡todos vamos en el mismo barco!

Carmen Prada |

Consultora de Desarrollo

Personal y Profesional

carmenprada.wordpress.com

El sexo débil, eso dicen por ahí…