viernes. 29.03.2024

“TODOS NACEMOS ORIGINALES Y MORIMOS COPIAS” Carl Gustav Jung.

Los seres humanos, nacemos como una página en blanco, lienzo virgen sobre el que las vivencias dejarán su huella. Cierto es que cada persona tiene una información genética, y que su interacción con las vivencias personales determinará tendencias sobre la forma de relacionarse con el mundo, con los otros y con uno mismo. Cabe plantearse, ¿en qué medida soy quién quiero ser? ¿en qué medida elijo libremente cómo vivir mi vida? ¿en qué medida las decisiones que tomo son por y para mí y no por y para otros?

LOS QUITAPERMISOS

A estas alturas ya somos conocedores del determinismo genético sobre nuestro temperamento, somos conscientes de cómo un código genético heredado va a determinar nuestra tendencia a la introversión o a la extroversión, a la impulsividad o bien a un carácter más templado pero ¿somos conocedores de algún otro factor de aquellos que determinan lo que hacemos y lo que no con nuestra vida? Seguro que alguno se nos viene a la cabeza.

Sabemos que no es lo mismo nacer en un país occidental que oriental y que en función de esto apostaremos por una vida dirigida hacia la comunidad o más bien dirigida hacia uno mismo.

Como miembros de una sociedad de modo inevitable, en nuestro proceso de socialización, interiorizamos una serie de creencias -útiles para adaptarnos al medio- que van a determinar cuál es el camino de baldosas amarillas que debemos seguir para llegar a la tan ansiada Ciudad de Oz (un coche, una buena casa en propiedad, hijos, una maravillosa mascota, acomodado poder adquisitivo, unas vacaciones en otro país, etc.).

Ya tenemos identificados dos “quitapermisos”: los genes y la influencia cultural. ¿Se os ocurre alguno más? Una pista queridos lectores. Piensen en algún momento en el que se han descubierto hablando igual que su padre o su madre. ¿Lo han encontrado? Bien, pues han dado con un tercer “quitapermisos”: las reglas familiares desestructurantes.

Toda familia, al igual que cualquier sistema, funciona con una serie de reglas que se va heredando de generación en generación; así nos podemos encontrar con que lo que acabamos de decir a nuestro hijo–“no te enfades hombre, no te enfades”-, nos lo decían nuestros padres a nosotros mismos y a su vez a éstos, los suyos. Quizás unas generaciones atrás un familiar tuvo que aprender a no mostrar su enfado públicamente con una dictadura porque se podía entender como traición y poner en riesgo su vida.

De este modo, un aprendizaje necesario para la supervivencia de un miembro de la familia se traslada de generación en generación pero se convierte en algo disfuncional porque la situación actual es totalmente diferente. Mostrar enfado, de forma adecuada, es necesario para marcar límites y proteger nuestra persona pero como el enfado ha sido reprimido los biznietos, de para quién sí fue útil no enfadarse, sufren las consecuencias de no hacerlo: los otros no respetan sus derechos.

Una regla familiar “prohibido enfadarse” nos quita el derecho y la capacidad de protegernos frente a los otros, nos lleva a desconectarnos de nosotros mismos y a complacer al otro -que no tenga derecho a mostrar desagrado hacia el otro hace que no me quede otra opción más que consentirlo-. Estas reglas familiares desestructurantes se resumen en:

• Finge que todo va bien.

• No causes molestias.

• Dale preferencia a los demás.

• Sé leal.

• Desconfía.

• No des a conocer abiertamente tus sentimientos (o mejor aún: no sientas nada).

• Sé perfecto.

• Date prisa.

• Sé fuerte.

• No cuestiones estas reglas.

Estas reglas nos llevan a regir nuestra vida en base a elecciones MOC; esto es, elecciones tomadas en base al miedo, la obligación y/o la culpa. Así dejamos de ser y estar como nos gustaría por mantenernos leales al sistema familiar.

Mirando hacia los “quitapermisos” no debemos obviar nuestra historia vital. En base a nuestras vivencias vamos adquiriendo una serie de aprendizajes. En este punto, seré breve. ¿Conocen la historia del Elefante Encadenado de Jorge Bucay? Narra como un elefante bebé es encadenado a una estaca anclada en el suelo y que tras muchos intentos de soltarse desiste, no tiene fuerza suficiente para arrancar la estaca ni para romper la cadena. Con el paso de los años crece y sigue encadenado, ha aprendido que no podía siendo ahora esa la cadena que le ata a la estaca anclada en el suelo. Viejos aprendizajes nos impiden nuevas enseñanzas.

ME DOY PERMISO PARA…

Hay un dato esperanzador: conocer a los “quitapermisos” les resta más de la mitad de su poder. Para ser libre ya sólo queda el hacer el ejercicio consciente de darme permiso para salir del camino de baldosas amarillas; para aprender, desaprender y reaprender y para decidir dónde está y cómo es mi Ciudad de Oz. Son demasiadas exigencias que hemos convertido en autoexigencias. Se trata de permitirnos echar lastre por la borda y andar más ligeros; se trata de rechazar tantas órdenes exteriores que no son nuestras y conectar con nuestros anhelos.

La revolución comienza con dos palabras “Me doy permiso para…” Lo sé querido lector, estás pensando… “¡se ha equivocado, son cuatro!”. He de decirte que aquí empieza mi revolución. Me doy permiso para dar espacio a la imperfección en mis actos y me sumo a las letras de Joaquín Argente: “Mi tiempo es mi vida y mi vida es mía: a nadie debo explicaciones”

|Susana Álvarez Fernández

Psicóloga Musicoterapeuta Mediadora Civil y Familiar

Centro Kokoro Psicología y Mediación.

T. 677 57 59 34

www.kokoropsicologia.com

NACEMOS ORIGINALES, ¿MORIMOS COPIAS?