sábado. 20.04.2024

Estación de tren y entrada a Auschwitz.

Las fotografías de los reclutas son recuerdos de muertos./ Fueron elegidos y designados por la muerte,/ en virus desconocido y fulminante/ que les hace ser capaces de dar la muerte/ a individuos de su propia especie/ y de morirse ellos mismos, cuando se les ordene./ Están destinados a la muerte.” (Wielopole-Wielopole, Tedeusz Kantor).Si visitas Cracovia, no dejes de acercarte al campo de exterminio de Auschwitz. Una experiencia intensa que confrontará con los monstruos de la humanidad.

La estación de esta ciudad polaca es como el preámbulo desolador de lo que luego uno se encontrará. En realidad es una ciudad gris y fría, incluso en verano, que no invita a quedarse en ella, ni siquiera un día. Nada más apearme en la estación, pregunto por el campo de concentración nazi, y una señora, que no parece hablar más lenguas que la suya, acierta a decirme qué rumbo tomar. Al menos entiendo su lenguaje gestual, lo cual no es poco. Auschwitz es el primer campo de exterminio. En total hay tres. El segundo, Birkenau, está a unos tres kilómetros del primero. Y aún hay un tercero conocido como Monowitz. Auschwitz es como el más representativo, donde está el Museo del Horror.

Tomo una larga calle, la que está enfrente de la entrada principal de la estación de tren, que me lleva casi derechito al campo de matanza. Antes de llegar al destino vuelvo a preguntar a unos chicos que hay en una especie de parque y estos, amables, me indican la dirección exacta. Nada más cruzar la alambrada de la muerte, me siento como prisionero, angustiado, con esa angustia que da el olfato de la muerte, el peligro del encierro, cual un personaje de Kafka, al que hubieran detenido sin causa justificada. Sufro la metamorfosis y el proceso a la vez. Estoy inmerso en un mundo descorazonador. Miro hacia lo alto -el cielo está encapotado, amenaza lluvia- y descubro unas letras en alemán: “Arbeit macht frei”. Tiro de algunos conocimientos lingüísticos de alemán, y logro desentrañar y traducir la frasecita: “el trabajo te hará libre”. Esperpéntica paradoja. Como para reírse a lágrima viva. El trabajo, como dijera el personaje que interpreta Fernando Rey en Tristana de Buñuel, no dignifica, por mucho que se diga, ni hace libre al ser humano, salvo que este no sea un trabajo impuesto sino elegido de motu proprio, por puro placer, el trabajo impuesto solo sirve para engordar la andorga a los cerdos que nos explotan. “¡Abajo el trabajo que se hace para ganarse la vida!…

“Por el contrario, el trabajo que se hace por gusto, por vocación, ennoblece al hombre”, escribe Buñuel en Mi último suspiro, su libro de memorias. Esto es lo que creo. No dejo de pensar en las brutalidades que cometieran los nazis en su día, y en esa otra película conmovedora que filmara el gran Roman Polanski, cuyo título es El pianista.

El sitio en sí mismo resulta nauseabundo. No solo el Paredón de la muerte, o los crematorios, sino que hay pabellones cuyos objetos y artilugios llegan a espeluznar. No es para menos. En algunos pabellones se pueden ver los cabellos de miles de personas, en otros miles de gafas, maletas y zapatos cual si se tratara de auténticos cementerios. Son cementerios de objetos que recuerdan a todos aquellos seres humanos que fueron torturados y exterminados de un modo gratuito. Solo por el hecho de ser judíos o contrarios al nazismo. La verdad es que no resulta nada agradable visitar este lugar. Sin embargo, me armé de fuerza espiritual, que es sin duda la mejor manera de armarse un ser humano, y tomé el tiempo necesario, acaso insuficiente, para recorrer los diferentes pabellones que componen este inmenso campo nazi. El sitio en sí mismo resulta nauseabundo. No solo el Paredón de la muerte, o los crematorios, sino que hay pabellones cuyos objetos y artilugios llegan a espeluznar. No es para menos. En algunos pabellones se pueden ver los cabellos de miles de personas, en otros miles de gafas, maletas y zapatos cual si tratara de auténticos cementerios. Son cementerios de objetos que recuerdan a todos aquellos seres humanos que fueron torturados y exterminados de un modo gratuito. Solo por el hecho de ser judíos o contrarios al nazismo.

El empacho del terror

Hay un pabellón en el que aún se pueden ver los retretes en que hacían sus necesidades los torturados. Retretes comunales que producen escalofríos. Aquel surrealismo cinematográfico, tan del gusto de Buñuel, que buscaba trastocar la realidad con las correspondientes inversiones de roles y situaciones, de forma que el acto social de la comida se hiciera en privado, y el acto íntimo de defecar se hiciera, en cambio, en público, está presente en Auschwitz, sobre todo este último acto. Lo que no quiere decir, claro está, que Buñuel fuera un salvaje. Aunque el nazismo no deje de ser puro surrealismo en acto, cuyo subconsciente sanguinario y putrefacto acabó aflorando en todo su esplendor bestial hasta hacer estallar por los aires la naturaleza humana-animal. El horror sigue presente. No obstante. Y me resultó difícil confrontarme con él. Aunque tampoco conviene olvidarlo. Aún sigo dándole vueltas a la cabeza, y seguiré dándoselas, porque no han transcurrido más de sesenta años desde que se produjera tamaño holocausto. Por lo demás las masacres continúan en este mundo en el que impera la carnicería como seña de identidad de la especie humana.a

Durante mi visita de varias horas a este campo de concentración, tuve tiempo para reflexionar acerca de la crueldad humana. Incluso tuve tiempo para soltar algunas lágrimas luego de sentarme en una especie de capilla alumbrada con cirios y música acaso klezmer en el recinto alambrado de Auschwitz. No llegué a visitar el resto de campos, ni siquiera Birkenau, donde estuviera la pequeña Anne Frank, tal vez porque me sentí empachado de tanto horror. Además, aquel día comenzó a llover con fuerza. Ese mismo día, a la noche, daba un concierto en Cracovia el grupo Kroke.

Cracovia y los campos de extermino de Auschwitz son lugares que dan mucho de sí y por tanto merecen no una sino varias visitas.

Manuel Cuenya

AUSCHWITZ