De Salientes al Valle de las Rosas

 

“No hace falta irse lejos para contar un gran viaje” (Epigmenio Rodríguez, León sin prisa)

Cuando era un rapacín me preguntaba qué habría tras la Sierra de Gistredo. Misterio. Al otro lado hay una campiña tan verde y fluida como un elixir eterno. Un latido olvidado y hermoso en los confines del Bierzo, en la raya con la Omaña y Laciana: Salientes. La ruta hacia este pueblo del Alto Sil puede encararse desde la localidad de Páramo, siguiendo una estrecha travesía a orillas del embalse de Matalavilla, o bien acercándose a Palacios del Sil, desde donde parte otra carretera de montaña.  A lo lejos, Salientes se abre como una aldea bereber. Esta es sólo una impresión, tal vez un espejismo en medio de una naturaleza esplendorosa. Atravieso puentes y corredoiras antes de alcanzar esta tierra aromatizada con lo astur-leonés, que mira hacia imponentes picos, y donde los osos pardos campan a sus anchas. Sólo la belleza del paisaje, salpicada de fuentes y cascadas, justificaría un viaje a este valle de líquidas romanzas, en el que los amantes de la alta montaña se encuentran en el punto de partida hacia los picos más altos del Bierzo: el Valdiglesia y el Catoute, aparte del Tambarón (entre el Bierzo y Omaña) y el Nevadín (entre el Bierzo y Laciana).

Mi curiosidad viajera y la lectura de Viaje interior por la provincia del Bierzo me lleva a este “rincón del paraíso, de la nueva Tebaida berciana. El hilo invisible que cose a los derviches de la India con San Fructuoso de Compludo y con Prisciliano”, según Valentín Carrera, con los montes sagrados de otros tiempos.

La alucinación comienza a fraguarse cuando me adentro en "Mil madreñas rojas", cuyo nombre me evoca un cuento arábigo en versión berciana. Dos madreñas o galochas de color rojo me dan la bienvenida. ¿Dónde se esconderán las 998 restantes? E ahí el enigma. Una vez que atravieso la puerta de la percepción, el colorido del interior me hace creer que he llegado a algún lugar del Atlas. Tras la barra del cafetín está Mónica, quien me sirve un café y una pasta, que me resultan deliciosos y me ayudan a recuperar los sabores primigenios. “He venido aquí después de leer a Valentín Carrera que es un buen amigo además de gran viajero y escritor”, le digo. En ese momento  ella, ilusionada, me muestra su casa rural. Me siento embargado por los llamativos colores, los tajines posados sobre un horno de leña y los cuadros que decoran la sala del bar. También atrae mi atención un libro cuyo título es Alto Sil: 40 rutas a pie. Después de ojearlo durante un rato le digo que sería un placer conocer a su autor. Entre tanto aparece Antonio, el chico de Mónica, quien me saluda con hospitalidad. Lo que no espero es que este hombre, apellidado Robles, sea sobrino nieto del tristemente olvidado Antoniorrobles* y un entusiasta de Marruecos.  Dos temas de conversación que darán mucho de sí, intuyo, lo que confirmo casi de inmediato. Después de confesarme su gusto por Marruecos, en concreto por el Valle de las Rosas, y citarme incluso la Kasbah Itran, entre las nieves del Atlas y las arenas del desierto -algo que comparto-, me habla de su tío abuelo. Qué curioso, tanto uno como otro se llaman como mi abuelo materno, que era originario de Albares de la Ribera. Todas son azarosas coincidencias (o no). Y siento, una vez más, que este será un viaje inolvidable.

Antonio me muestra una foto en la que figura él, con unos seis o siete añitos, sentado al lado de su tío en el salón de casa. Se trata de una imagen de principios de los años setenta, a la vuelta del escritor del exilio a su tierra de San Lorenzo de El Escorial, donde está enterrado, y en la que hay un colegio que lleva su nombre. Se me hace conmovedora esta estampa. Y me alegra descubrir a un autor que, aunque no haya nacido en la provincia de León,  será leonés a partir de ahora, al menos de adopción. Es probable que la pasión de Antonio Robles por Marruecos le venga de su tío abuelo, pues éste también viajó por el país magrebí, y escribió unas crónicas conocidas como Humo de Kif, que tanto recuerdan al título de La Pipa de Kif, de Valle-Inclán.  

La conversación resulta amena, instructiva, de gran interés. Y me alegra haberme encontrado con el sobrino nieto de un gran y a la vez desconocido escritor (que requeriría de un artículo él solo). Desde la terraza de Mil madreñas r

ojas, antiguo pajar remodelado por Antonio y Mónica, nos dejamos impregnar por los efluvios de los montes que nos arropan, y la aldea se nos aparece como un sueño de pizarra. Hace una temperatura agradable a pesar de la altitud.

Tengo la impresión -alucinado, ahora sí- de que Salientes se ofrece no sólo como un paisaje forjado con la lírica de los puentes, sino como un lugar en el que confluyeran corrientes estimulantes y saludables. Para abrir el apetito, y así rematar el viaje, Mónica y Antonio sirven un tajine de cordero estilo marroquí que, al decir de Valentín Carrera, compite con el cordero Pascual de Cacabelos. De Salientes al Valle de las Rosas, “Ruta de excitada emoción, de vértigo, de poesía…”

Manuel Cuenya

 * Antonio Joaquín Robles Soler, más conocido como Antoniorrobles, es uno de los escritores más representativos de

 la literatura infantil en España. Inicia su andadura en los cuentos infantiles en 1930 con la publicación de 26 cuentos en orden alfabético, al que seguirán numerosas publicaciones para niños y cuentos infantiles. Merecedor de una mención especial en el Premio Nacional de Literatura en 1932 y renovador de la literatura infantil, introdujo la experimentación superrealista en sus obras, el juego con el absurdo y la fantasía, el humor y el compromiso con la bondad y el amor por las cosas, los objetos y animales. Exiliado en México, ocupó la Cátedra de Literatura Infantil en la Escuela Normal. fuente: www.cervantesvirtual.com