DE LA GENERACIÓN DE LOS “BLANDITOS”

En este inicio del curso político y escolar, los ciudadanos estamos hartos de tanto “todólogo” (cf. El Buscador, nº 36), de tanto maestro Ciruela (cf. El Buscador nº 60) y de tanto político (cf. El Buscador nº 71), que pululan por tertulias y columnas de opinión, para marear la perdiz y “asnificar” a la ciudadanía en vez de informarla e ilustrarla. Por eso, voy a dejar de lado el cansino monotema del proceso independentista catalán, que es un ejemplo paradigmático del suplicio de la gota malaya y del “bourrage de crânes”. Y voy a centrarme en la crianza-educación de los niños y en sus consecuencias entre los adolescentes y los jóvenes.

Es muy habitual ver a padres y abuelos cargar, como acémilas, con las mochilas de sus hijos o nietos; a padres que, en los claustros escolares, piden que no se premie a los mejores alumnos para no traumatizar a sus compañeros; a padres que dan siempre la razón a sus hijos frente a la de los profesores, para protegerlos; a padres que satisfacen todos los caprichos de sus hijos o que se adelantan a los mismos, sin exigirles nada a cambio; a padres que les atiborran de “gadgets” tecnológicos, que se han convertido en sus nuevos canguros o niñeras...Desde hace años, es cada vez más frecuente encontrar —tanto en los medios de comunicación tradicionales como en las redes sociales— informaciones, testimonios, análisis y reflexiones relativas a la deriva del comportamiento y de las actitudes de los niños y, como corolario, también de los adolescentes y de los jóvenes. De esto se puede inferir que algo se está haciendo mal en las familias y en la escuela. Sólo quiero dar algunas pinceladas para ilustrar esta deriva.

Es muy habitual ver a padres y abuelos cargar, como acémilas, con las mochilas de sus hijos o nietos; a padres que, en los claustros escolares, piden que no se premie a los mejores alumnos para no traumatizar a sus compañeros; a padres que dan siempre la razón a sus hijos frente a la de los profesores, para protegerlos; a padres que satisfacen todos los caprichos de sus hijos o que se adelantan a los mismos, sin exigirles nada a cambio; a padres que les atiborran de “gadgets” tecnológicos (T.V, ordenadores, tabletas y móviles), que se han convertido en sus nuevos canguros o niñeras; a padres que miman desmesuradamente a sus hijos, que no les llaman la atención, que no les prohíben nada, que no los corrigen y que no los castigan, no vaya a ser que se frustren y se depriman; a padres que hacen creer a sus hijos que su libertad es total y su voluntad omnipotente; a padres que, con la pretensión equivocada de ayudar a sus retoños, alimentan grupos tóxicos de WhatsApp, donde desprestigian a los profesores; a padres que... No quiero alargar más este Cahier de doléances.

Con estos mimbres y estas bases, no es difícil imaginar y prever el comportamiento, las actitudes y las aptitudes de los adolescentes y de los jóvenes, incluso universitarios. A estos últimos quiero referirme, citando algunas de mis vivencias en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

En la UAB, he sido testigo de alumnos/as que se hacen acompañar de sus madres para realizar la revisión de exámenes o para materializar la matrícula universitaria; alumnos/as que se ponen a llorar, como Boabdil “el Desdichado”, ante un inapelable suspenso y la obligación de repetir la asignatura; alumnos/as que utilizan argumentos inaceptables e impropios de personas adultas (es mi última asignatura, voy a perder la beca, tengo una oferta de trabajo, etc.), para conseguir un aprobado; alumnos/as que no dudan en utilizar los chantajes (si suspendo, pido una revisión extraordinaria; y si, a pesar de ésta, suspendo, abandono y no me matriculo en el máster, etc.); alumnos/as que se han tragado a pie juntillas ciertas ofertas típicas de la sociedad de consumo (el dos por uno, por ejemplo, de los grados combinados; o el yo he pagado la matrícula y tú me das el aprobado); alumnos/as que salen de o entran en clase como Pedro por su casa y que, en medio de una clase, hacen un uso impropio de sus móviles; alumnos/as… Que sais-je encore?

Estos hechos ponen el dedo en la llaga de la deficiente y deformadora educación que se está dando a los niños, adolescentes y jóvenes, así como de sus consecuencias. De aquellos polvos, estos lodos: niños, adolescentes y jóvenes que algunos han tildado ya de “blanditos”. Blanditos que han tenido y tienen todo y de todo, sin haber dado nada a cambio. Blanditos que hacen de su capa un sayo. Blanditos que se rigen, según Freud, por el hedonista “principio del placer” (el clásico “carpe diem”) y nunca o muy poco por el “principio de realidad”. Blanditos malacostumbrados “a un mundo que nada tienen que ver con el que les aguarda en cuanto salgan del cascarón de la cada vez más prolongada infancia”, según Javier Marías en un texto reciente.

La vida —fuera de la familia y de los centros escolares— es dura, competitiva, exigente y, por eso, hay que entrenarse, como para cualquier deporte, con el fin de enfrentarse con éxito a ella. Si hay que prepararse para la vida, ¿por qué privar o alejar a los niños-adolescentes-jóvenes de los fracasos, de las decepciones, de las frustraciones, de los problemas,… que son inevitables, lógicos y necesarios para progresar en todos los órdenes de la vida? Como confesó David Babunski (exjugador macedonio del Barça B) “vivimos en una sociedad en la que no nos educan ni para vivir ni para morir” y donde reina el vacío educativo, la falta de valores sólidos, la primacía del hedonismo y de la satisfacción inmediata, el rechazo de la cultura del esfuerzo y de la responsabilidad, el incremento y la defensa de los derechos, pero no de los deberes, etc. Todo esto me ha hecho pensar en esa frase, tan pertinente, que la profesora de baile pronunciaba al inicio de cada episodio de la serie Fama: “Buscáis la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar. Con sudor”.

Ante la magnitud, el alcance y las consecuencias de esta educación fisiocrática del “laisser faire, laisser passer”, son cada vez más numerosos los pedagogos y psicólogos que han levantado la voz para alertar sobre los desastres producidos y sobre la necesidad imperiosa de “destetar” a adolescentes y a jóvenes. Para conseguir esto, se han hecho numerosas propuestas. Sólo citaré tres, que someto a la consideración de mis lectores.

La primera es la loable iniciativa del profesor J.A. Marina. Para él, que sabe de qué va el paño, algo huele muy mal en la educación que los padres dan a los hijos y en la instrucción que los profesores imparten a sus alumnos. Además, no hay sinergia entre ellos y, en muchos casos, las AMPAS meten la cuchara en algo que desconocen. Por eso, ha creado la “Universidad de Padres” con el fin de que se formen y aprendan cómo educar a sus hijos y cómo destetarlos, como hacen nuestros hermanos, como diría San Francisco de Asís, los animales.

La segunda es la implantación de un “Erasmus Nacional”, idea lanzada por la Ministra de Sanidad, Dolors Montserrat. Con este “Erasmus” se pretende también alejar a los hijos de los padres, para que convivan, durante un cierto tiempo (¿un trimestre o semestre o año escolar?) con otras familias y así se preparen para abandonar la teta familiar, además de conocer otras regiones de España, otras realidades.

La tercera es la propuesta de Reinstauración del Servicio Militar Obligatorio, idea apoyada por el Juez de Menores Emilio Calatayud. ¡Cuidado! No se trataría de preparar a los jóvenes para luchar y morir en cualquier guerra que provoquen esos desequilibrados de la casta política para defender los intereses de los poderosos. El objetivo es otro: destetar también a los jóvenes y hacerles adquirir ciertos valores (la solidaridad, el compañerismo, el esfuerzo, el sacrificio, la disciplina, el respeto a la autoridad, el compromiso, el valor de la palabra dada, etc.), que los niños, los adolescentes y los jóvenes, en general, no han olido ni en casa de sus padres ni en las escuelas, ni en los colegios, ni en los institutos, ni en las universidades.

Destetar o seguir criando niños, adolescentes y jóvenes blanditos, hiperprotegidos y poco resolutivos, que deberán enfrentarse, solitos, a la vida real, que no es precisamente un parque temático de Disney. That’s the question.

© Manuel I. Cabezas González

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