Las pantallas, ¿progenitoras de cretinos digitales?

A finales de 2020, leí algunas reseñas del reciente ensayo del neurocientífico francés Michel Desmurget, director de investigación del INSERM (Institut National de la Santé et de la Recherche Médicale), titulado “La fabrique du crétin digital. Les dangers des écrans pour nos enfants” (E. du Seuil, Paris, 2019).

La lectura in extenso del mismo confirmó todas mis sospechas factuales e intuitivas (cf. enlaces ut supra) sobre los efectos colaterales dañinos del uso y abuso de las pantallas. Por eso y a causa de la trascendencia del problema, he decidido retomar el tema de las nuevas tecnologías para sintetizar, en una serie de textos, su argumentado, prolijo y documentado ensayo (nada menos que 77 páginas de bibliografía, con casi dos mil referencias).

Uno de los primeros ejecutivos de Facebook, el arrepentido Chamath Palihapitiya, reconoció su tremenda culpa por haber contribuido a desarrollar unas herramientas que están desgarrando el tejido social.

El ensayo de M. Desmurget (traducido al español a finales de 2020) es una llamada de atención y a la reflexión, sin pelos en la lengua, sobre el uso indebido de las pantallas, reflexión imprescindible para padres, profesores y poderes públicos, ocupados y preocupados por el desarrollo, la instrucción y la educación de sus hijos, alumnos y ciudadanos.

Hoy presentaremos una visión global de la problemática planteada por este neurocientífico francés y, en próximos textos, analizaremos monográficamente algunos daños y peligros reales y concretos, provocados por las pantallas sobre la enseñanza, sobre el desarrollo cognitivo o intelectual de niños, adolescentes y jóvenes, sobre la salud y sobre la forma de trabajar (la multitarea).

En el “prefacio” de su ensayo, M. Desmurget levanta acta del exagerado, indebido y dañino uso, por parte de las nuevas generaciones, de los dispositivos digitales en todas sus formas: móviles, tabletas, ordenadores, televisión, consolas, etc. En efecto, con tan sólo dos años, los niños de los países occidentales dedican, de media, casi 3 horas al día a visionar los soportes digitales. Entre los 8 y los 12 años, el consumo digital sube hasta casi las 5 h. Y, entre los 13 y los 18 años, se incrementa hasta casi las 7h. Estos consumos representan, respectivamente, un cuarto, un tercio y el 40% del tiempo que pasan despiertos diariamente.

M. Desmurget levanta acta del exagerado, indebido y dañino uso, por parte de las nuevas generaciones, de los dispositivos digitales en todas sus formas: móviles, tabletas, ordenadores, televisión, consolas, etc

Ante estos datos, demasiados “expertos” mediáticos (médicos, pediatras, sociólogos, grupos de presión, periodistas, tertulianos, profesores, etc.) —que yo suelo denominar “todólogos” o “maestros Ciruela” o, ahora, “doctores Simón— ven con muy buenos ojos este estado de cosas y lo defienden, a capa y espada, como algo positivo, esperanzador, liberador y “empoderador”.

En efecto, según estos todólogos, los dispositivos digitales (las pantallas) nos han hecho cambiar de era y han propiciado que surjan unos nuevos seres, los “digital natives” o el “homo numericus”, cuyo cerebro ha evolucionado y ha sido modificado gracias a ellas. Por eso, afirman que el cerebro de este hombre nuevo es más rápido en sus respuestas; es más capaz de gestionar en paralelo datos diferentes (i.e. está dotado para la multitarea); es más competente para sintetizar grandes flujos de información; y es más apto para el trabajo en equipo.

Todos estos cambios son, según ellos, la palanca o el instrumento ideal para refundar la educación, para motivar a los alumnos, para incentivar su creatividad, para acabar con el fracaso escolar y, por lo tanto, con las desigualdades sociales.

Ahora bien, esta euforia de los “expertos mediáticos”, los verborreicos todólogos, choca frontalmente con la realidad descrita en numerosos estudios científicos. Como en muchas otras situaciones, las apariencias engañan y el árbol de las pantallas no dejan ver el bosque de los problemas que provocan. Así, a propósito del uso recreativo de las pantallas (uso principal y prioritario por parte de las nuevas generaciones), las numerosas investigaciones científicas han explicitado una larga lista de consecuencias dañinas, tanto para los niños como para los adolescentes y jóvenes.

En estas investigaciones, se afirma que el uso y abuso recreativo de las pantallas ha socavado las bases del desarrollo armónico y equilibrado, en todos los campos, de las nuevas generaciones. En efecto, provocan daños no sólo en lo somático (obesidad, maduración cardiovascular, sedentarismo, trastornos alimenticios, etc.), sino también en lo emocional (agresividad, depresión, comportamientos de riesgo, etc.) y en lo cognitivo o intelectual (deficiencias en el lenguaje, en la concentración, en la memoria, etc.). Y estas consecuencias dañinas ponen en entredicho, cada vez más, tanto el éxito escolar como el éxito social y laboral futuros.

Las pantallas provocan daños no sólo en lo somático (obesidad, maduración cardiovascular, sedentarismo, trastornos alimenticios, etc.), sino también en lo emocional (agresividad, depresión, comportamientos de riesgo, etc.)

A propósito de las enseñanzas y de los aprendizajes escolares (i.e. del éxito y del fracaso escolar), las evaluaciones PISA son también contundentes y concluyentes: el uso de los dispositivos digitales (pantallas) en la escuela no es beneficioso, sino todo lo contrario. Recientemente, el padre de estas evaluaciones periódicas reconoció que los dispositivos digitales empeoran, más bien, los resultados escolares. Por eso y a la luz de las abundantes investigaciones científicas, M. Desmurget y sus colegas neurocientíficos comparten este punto de vista. Y así, tanto ellos como los gurús de Silicon Valley y numerosos ejecutivos de las grandes tecnológicas (entre ellos el malogrado Steve Jobs) protegen a sus hijos contra los instrumentos digitales —que han sido ideados, desarrollados y comercializados precisamente por los gurús y ejecutivos precitados— enviándolos a colegios donde las pantallas no tienen cabida; y, por otro lado, no poniendo al alcance de sus retoños, en el ámbito familiar, las pantallas de las nuevas tecnologías. A este respecto, uno de los primeros ejecutivos de Facebook, el arrepentido Chamath Palihapitiya, reconoció su tremenda culpa por haber contribuido a desarrollar unas herramientas que están desgarrando el tejido social. Y, además, denunció que, mientras los niños desfavorecidos son sometidos cada vez más al aprendizaje digital en las escuelas, los más ricos van a clases donde las pantallas están prohibidas.

Los gurús de Silicon Valley y numerosos ejecutivos de las grandes tecnológicas (entre ellos el malogrado Steve Jobs) protegen a sus hijos contra los instrumentos digitales, enviándolos a colegios donde las pantallas no tienen cabida.

¿Dónde está la verdad? ¿A quién creer? ¿De quién fiarse? ¿Debemos confiar en la verborrea de los indocumentados “todólogos” (los “expertos mediáticos”) o en los resultados de las investigaciones científicas? Podemos formular esta alternativa de otra forma: ¿la llamada “revolución digital” es una oportunidad para las jóvenes generaciones o, más bien, como reza el título del ensayo de M. Desmurget, una “fábrica de cretinos digitales” (i.e. de estúpidos, idiotas, necios)? Éste dedica su ensayo a responder a esta pregunta. Ahora bien, por el título de su ensayo, podemos aventurar por dónde irán los tiros. Sin embargo, con su respuesta no pretende imponer a nadie lo que debe pensar, creer o hacer; ni tampoco culpabilizar a los padres o poner en entredicho las prácticas educativas. Pretende sólo proporcionar a los lectores una información rigurosa, precisa y leal. Y, luego, que cada cual la utilice como quiera o pueda. En próximos textos, desgranaremos su circunstanciada respuesta ya que, como escribió el padre del cubismo, Georges Braque, “la vérité existe. On n’invente que le mensonge”.

© Manuel I. Cabezas González

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Almagarinos (Bierzo Alto)