viernes. 19.04.2024

Pobres periodistas, algunos.

Mi fervor por el buen periodismo ha sido total. Me han publicado más de mil doscientos artículos de opinión, y no hay tema o asunto sobre el que un servidor no haya escrito varias veces. No son composiciones superficiales, de andar por casa, cortitas y facilonas, que sí suele ser lo normal y común incluso en aquellos "consagrados" que se autodenominan, pomposamente, grandes comunicadores.

Cualquiera que lea y examine mis artículos, podrá comprobar mi total y absoluta independencia, y entenderá que detrás de cada uno hay un trabajo serio, unos datos, una información, una cultura muy superior a ese modelo estándar que habitualmente muestran muchos medios escritos: todo quisqui pretende dar lecciones de todo, incluso del mundo empresarial y de la economía, sin tener verdaderos conocimientos.

Mis artículos, por lo regular, tienen detrás muchas horas de estudio, de trabajo, aunque también es verdad que los escribo con mucha velocidad, cuidando más el contenido que la forma.

De esas facilonas columnas que redactan los periodistas de agencias, de mucho bla, bla, bla, que salen a la vez en varios periódicos, yo, en mis buenos tiempos, podría escribir cada día más de media docena. Ahora, por desgracia, están las empresas despidiendo periodistas, personas trabajadoras que soñaron y pelearon para ser buenos profesionales, que querían contar la verdad, buscarla, ser ecuánimes al servicio del bien común.

La inmensa mayoría no lo ha conseguido, y su libertad de información se ha limitado a asuntos más o menos banales, nunca suficientemente esenciales, independientes, desinteresados: la empresa, el empresario que paga es el que exige, y no siempre, por lo que se ve, los resultados han sido dignos de aceptación y alabanza general.

Entre los periodistas también hay una desigualdad tremenda, y una gran injusticia que se manifiesta en cruel insolidaridad a pesar de tener entre ellos un sentimiento corporativo, de "casta": las "vacas sagradas" (en algunos casos ya muy torpes) no dejan sus sillones, siguen cobrando grandes sueldos mientras miles de jóvenes periodistas están y andan a la quinta pregunta, sin trabajo.

Hoy están las cosas muy difíciles para los que no quieran entrar por el aro del servilismo, de la sumisión a los intereses políticos del mandamás que lo contrata. El albañil vende su paleta, el fontanero su llave inglesa; pero al periodista se le exige que venda su alma, su sabiduría, su forma de ser, o que, al menos, la acomode a los intereses de la empresa que le paga; el problema es que, a veces, muchas veces, demasiadas veces, se le exige salir en defensa de malas prácticas, de intereses escasamente éticos, incluso poco o nada legales.

Decía Thomas Jeffersón, Presidente de EE.UU, desde 1801 a 1809: "Prefiero tener prensa sin Gobierno que Gobierno sin prensa." Hoy, los gobiernos no están al servicio de la verdad, apenas buscan el bien general, y los periodistas tampoco: casi todos van a lo suyo. Me duele lo que está pasando con el periodismo. Yo, ingenuo todavía, sigo creyendo en un periodismo independiente, imparcial, investigador, al servicio de la verdad y de la ciudadanía, que busque la concordia y no promueva enfrentamientos y divisiones.

¡Viva el periodismo libre!

BOUZA POL,escritor.

Pobres periodistas, algunos.